martes, 1 de julio de 2008

El horror de Dachau


A no ser que seas de piedra lo primero que sientes cuando entras en un lugar como el memorial del campo de concentración de Dachau es sobrecogimiento. Una sensación de profundo respeto a los que vivieron este horror te empuja a hablar bajito, mantenerte en silencio y reflexionar sobre lo fácil que es nuestra vida actual. Intentas imaginar cómo sería ese sitio tan terrible diseñado para albergar a 6.000 personas y que a finales de la guerra superaba 30.000.

Las historias personales narradas en primera persona en la audio-guía te ponen los pelos de punta y te hacen entender el grado que alcanzaban las torturas y esclavización, llevándote por cada uno de los rincones del campo.

Por momentos es difícil aguantar alguna que otra lágrima. Un nudo en el estómago te acompaña.

La entrada del campo aún mostraba algunos vestigios de las vías de los trenes que transportaban a los judíos, arrancados de sus familias, al campo de concentración.

Las torres vigía, las vallas electrificadas, los alambres de espino no sólo conformaban una pared inexpugnable, era también una tortura psicológica. Muchos decidían acabar con su vida de la forma más rápida e indolora. Lanzarse a la franja de césped que separaba en campo de barracones de la valla electrificada. Con suerte en segundos los vigías de las torres te disparaban y acababan con todo.

La tristeza y la oscuridad te aplacan y te persiguen durante toda la visita. No sé si fue más duro ver el horno crematorio o la cámara de gas. En ese instante no podía sacarme de la cabeza una escena de la película la Lista de Schindler en la que decenas de mujeres desnudas creían estar a punto de morir asfixiadas en unas duchas comunes.

La zona museo te permite ver las fotos y caras de las personas que allí vivieron o murieron, sus nacionalidades, sus profesiones y cómo fueron torturados y explotados.

La prisión era otro de los rincones más sobrecogedores. En ella torturaban física y psicológicamente a quienes no cumplían sus absurdas normas. Sólo el hecho de fumar en un momento inapropiado te podía llevar 3 días a una estrecha celda.

Al salir de allí te haces otras preguntas. No paraba de pensar en el tabú que podría suponerle a la actual población de la ciudad hablar de este tema. Al fin y al cabo allí vivieron personas de los dos bandos, torturadores y torturados. No fue hace tanto, seguro que muchos abuelos de la zona podrían contar sus propias vivencias.

¿Habrá aprendido el mundo algo de esto? Está claro que no. Es increíble cómo volvemos a caer una y otra vez en los mismos errores. Las guerras estúpidas por un trozo de tierra, por hablar uno u otro idioma, o por creencias religiosas.


Podéis ver la exposición completa en TERRAdeNINGU.com

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